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jueves, 17 de marzo de 2011

Sismo. Tsunami. Radiactividad.

Sismo. Tsunami. Radiactividad.
El viernes 11 de marzo de 2011 el mundo volvió a estremecerse por las consecuencias catastróficas de evento climático adverso, un sismo de 8,9 grados de magnitud en la escala de Ritcher, y otras réplicas posteriores. Adverso a la tranquilidad, seguridad, bienestar y comodidad habitual, normal, cotidiana de quienes habitamos el planeta Tierra. Y por supuesto, veremos en la prensa, tanto gráfica como de imagen, la infografía que nos mostrará como se fracturó el suelo marino, como se elevó la superficie del agua, a cuantos metros, o que distancia hubo entre las olas. Aunque por la reiteración de este suceso en los últimos años vamos adquiriendo un mejor saber. También confirmamos que no se informa de manera adecuada. Desde otro punto de vista suele repetirse que si un acontecimiento es previsible entonces, si algo sucede no puede etiquetarse como “accidente”. El suceso ocurrido, además de condicionado por múltiples factores, tuvo un carácter incontrolable, tanto el sismo como el posterior tsunami, y luego un problema gravísimo el relacionado con las plantas nucleares. Hacia fines de la Segunda Guerra Mundial a mediados del siglo veinte el Japón vio destruidas las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Gracias al “Informe sobre el estado mundial de la industria nuclear 2009”, actualizado a enero de 2011, sabemos que “Desde el 1 de enero de 2011 funcionan en el mundo 441 reactores nucleares,… cinco más que hace un año. Existen 66 unidades clasificadas por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) como "en construcción", es decir, 14 más que a principios de 2010”.
Daños materiales de sumas multimillonarias - ¿habrá algún seguro que los cubra? parecería que no-, de manera preliminar millares de muertes, además de una cifra mayor de desaparecidos y una cantidad importantísima de heridos.
Desde el lado de comunicación, los expertos que trabajan en el tema aconsejan por ejemplo, no mostrar, ahora, imágenes del horror, sean cadáveres, personas mutiladas o llorando, o con otra expresión, que provocarían reacciones sin control en una población, que por lo demás recibe elogios en comportamiento y actitudes. Pero hay dudas, de cuantos muertos. Porque aunque hasta ahora las cifras son pequeñas, hay decenas de miles de desaparecidos que muy probablemente eleven la suma final.
¿Podemos seguir sin escuchar los alertas terrestres? ¿Podemos seguir involucrando a la población en situaciones riesgosas sin preguntar que disposición tienen a ello?

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